una langosta en un desierto: Razones por las que amo dar clases (o una visión macabra de la docencia)

23.6.08

Razones por las que amo dar clases (o una visión macabra de la docencia)

Puedo decir todo lo que quiero, y siempre hay alguien escuchando!!! (o que hace como que me escucha) y anota como si se tratara de grandes ideas.
En el aula tengo funcionarios-rehenes trabajando para mi ego
Logro que alguien se ría de mis chistes (aunque sea por compromiso)
Desarrollo estrategias conspirativas que calan hondo en las mentes juveniles: 1er paso para la dominación mundial.
Estoy consiguiendo fondos para crear la rosa de cobre.

Firma: Erdosain

3 comentarios:

Ale Castillo dijo...: te olvidaste de uno.

-El club de fans q (conciente o inconcientemente) te sube el autoestima haciendote creer una especie de Pampita todas las manianas desfilando por las pasarelas(refiriendose a los pasillos del 3er y 4to piso) con unos cuantos adolescentes q siguen tu paso con cara de boludos.

y desde ya,andre, este es un GRANNN paso para la dominacion en este mundo asquerosamente machista, no te parece?; 24 de junio de 2008, 16:55
Andreievna dijo...: No sé quien es andre. no sé a qué se refiere. este es el blog de una docente de harakiri e ikebana en hong kong.
Disculpe las molestias; 24 de junio de 2008, 18:08
Pipa Hidraulica dijo...: YO soy vecino de pampita. Y todas las mañanas riega en bombacha con una ginebra en la mano; 4 de julio de 2008, 20:56

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Lo que esperamos

Oliverio Girondo

Tardará, tardará.
Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de diamantes,
de caviar,
de remedios

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la seña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad,
de bosta.

Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces…¡Ah! ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas la instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía,
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.