el
campo... ¡El campo!
Un árbol generoso y pasar la tarde leyendo bajo su
sombra.
Pajaritos (ojalá nunca destruyamos el mundo al punto que dejen
de cantar los pájaros), aire que refresca y gratifica.
Y el mundo que deja de importar (sin culpas ni egoísmo),
Y el mundo que deja de importar (sin culpas ni egoísmo),
se deshace entre las manos, como un gran chocolate olvidado